Carlos Loret de Mola
El ruido de cuatro horas de helicóptero deja con dolor de cabeza a cualquiera. Para donde se voltee, pura agua. Volamos buscando la Isla Bermeja, que está en mapas, está en documentos oficiales, pero nadie la encuentra en la realidad. Si no aparece, se le van a México 300 mil millones de dólares en petróleo.
Isla Bermeja, de estar por donde la pintan, extendería 55 kilómetros la frontera marítima de México, abarcando casi la totalidad del Hoyo de Dona occidental, una de las reservas petroleras más importantes del mundo. Si nadie la encuentra, un buen tramo de ese yacimiento se va para Estados Unidos.
Por eso hay quien asegura que la bombardeó Estados Unidos para quedarse con el tesoro. Otros defienden que fue el calentamiento global el que la hundió. Hay quien piensa que un sismo. Y algunos, que es un mito, que nunca existió, que fue un error de los cartógrafos o de marineros que se la inventaron para cobrar a sus gobiernos el haber descubierto otro territorio.
Desde el año 1600 la pintaron como una islita de apenas 20 hectáreas. En 1820 concluyeron sin éxito dos expediciones para encontrarla, pero no la borraron de los mapas sino hasta mediados del siglo XX. Sin embargo, en los años 80 seguía en los inventarios de islas de la Secretaría de Programación y Presupuesto. Lo que nunca hubo fue registro de que alguien viviera ahí.
Con 300 mil millones de dólares de por medio, el Congreso ordenó su búsqueda. La UNAM se aventó el tiro. Los resultados están ya en manos de los legisladores: Isla Bermeja no fue encontrada por la expedición (segunda en la historia reciente; la primera fue encabezada por la Secretaría de Marina en 1997). Isla Bermeja no está donde dicen que está. Pero los científicos universitarios no se animan a declarar que fue un invento sino que piden ser enviados de nuevo, a otras rutas, a otros mares, a seguirla buscando.
La Marina no tiene esperanza: sus mediciones del fondo del mar no revelan que esté bajo el agua, y en superficie, tras 60 años de navegar el golfo de México, ninguna embarcación pública o privada ha reportado nada; si existiera y no estuviera en los mapas actuales, y alguna embarcación tuviera un accidente contra ella, la Marina tendría que pagar los daños por errores en la cartografía, y eso, sostienen, nunca ha pasado. La posición oficial de la secretaría no deja espacio a la discusión: “Es un mito”.
Isla Bermeja, de estar por donde la pintan, extendería 55 kilómetros la frontera marítima de México, abarcando casi la totalidad del Hoyo de Dona occidental, una de las reservas petroleras más importantes del mundo. Si nadie la encuentra, un buen tramo de ese yacimiento se va para Estados Unidos.
Por eso hay quien asegura que la bombardeó Estados Unidos para quedarse con el tesoro. Otros defienden que fue el calentamiento global el que la hundió. Hay quien piensa que un sismo. Y algunos, que es un mito, que nunca existió, que fue un error de los cartógrafos o de marineros que se la inventaron para cobrar a sus gobiernos el haber descubierto otro territorio.
Desde el año 1600 la pintaron como una islita de apenas 20 hectáreas. En 1820 concluyeron sin éxito dos expediciones para encontrarla, pero no la borraron de los mapas sino hasta mediados del siglo XX. Sin embargo, en los años 80 seguía en los inventarios de islas de la Secretaría de Programación y Presupuesto. Lo que nunca hubo fue registro de que alguien viviera ahí.
Con 300 mil millones de dólares de por medio, el Congreso ordenó su búsqueda. La UNAM se aventó el tiro. Los resultados están ya en manos de los legisladores: Isla Bermeja no fue encontrada por la expedición (segunda en la historia reciente; la primera fue encabezada por la Secretaría de Marina en 1997). Isla Bermeja no está donde dicen que está. Pero los científicos universitarios no se animan a declarar que fue un invento sino que piden ser enviados de nuevo, a otras rutas, a otros mares, a seguirla buscando.
La Marina no tiene esperanza: sus mediciones del fondo del mar no revelan que esté bajo el agua, y en superficie, tras 60 años de navegar el golfo de México, ninguna embarcación pública o privada ha reportado nada; si existiera y no estuviera en los mapas actuales, y alguna embarcación tuviera un accidente contra ella, la Marina tendría que pagar los daños por errores en la cartografía, y eso, sostienen, nunca ha pasado. La posición oficial de la secretaría no deja espacio a la discusión: “Es un mito”.
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